Cuando el viernes fui a recoger a M. a la haur eskola una de las educadoras me explicó que la peque había pasado un mal día. Que había estado bastante triste, pidiendo que la cogieran en brazos y llorando cada dos por tres. También me dijo que había tenido un rifi-rafe con una de sus compañeras y que la otra le había mordido.
Atendí a mi hija que estaba encantada de verme y de que me la llevara a casa, no le dí muchas vueltas a la conversación. Me parece normal que los críos se peleen entre ellos, que tengan compañeros que les gusten más y otros que les gusten menos, todo eso. Pero cuando por la tarde desnudé a M. para meterla en el baño casi me echo a llorar al ver las marcas que tenía en el brazo. Desde luego, aquello era un buen mordisco!
En esos momentos me invadieron de golpe un montón de sentimientos encontrados. Ante todo, las ganas de mimar y abrazar a mi chiquitina hasta el infinito. Pero luego también otras sensaciones que ya me rondaban de antes y que ante una situación así se pusieron en primer plano.
Dejamos a un lado el -políticamente incorrecto- deseo de venganza, vale?
Ya sé que esto son «cosas que pasan» a todos los críos. Pero M. es una niña físicamente más frágil que los otros de su edad, tiene menos fuerza muscular y dificultades para desplazarse y defender su espacio haciendo uso del cuerpo. Una parte de mí siempre tiene miedo de que le hagan daño, que le quiten los juguetes, que se caiga, que sufra y se sienta frustrada. Esa mamá quisiera hacer todo lo que esté en su mano para ser un escudo entre la peque y un mundo demasiado agresivo.
Otra parte de mí sabe a ciencia cierta que sobreprotegerla es una mala solución que puede impedir que M. busque, encuentre y desarrolle los recursos que ella tiene, que son muchos. El lenguaje, la capacidad de comunicarse, la expresividad. Y también el ritmo y el sentido musical. Estos son los que más me fascinan en estos momentos.
Además de una mamá temerosa también puedo ser una mamá confiada. Me ha costado colocarme en este punto pero creo plenamente en las capacidades de mi hija. Sé que ella encontrará su manera de llegar allí donde desee y nosotras haremos todo lo posible para ayudarla. Lo más difícil es cuando para permitirle crecer y avanzar en su camino tienes que retirarte. Dejar que se mida con los otros niños para que pueda conocer los límites de su cuerpo y desplegar otras estrategias a la hora de defender su territorio.
Encontrar la justa medida, esa es la cuestión. Colocarnos en un punto tal que ella sepa que siempre estaremos allí pero que le deje espacio suficiente como para llegar a no necesitarnos en muchos sentidos.
En esas estamos.
Feliz domingo y buen comienzo de semana!