Nos ha costado bastante recuperar el ritmo después del fin de semana en Cádiz. Sobre todo a la pequeñaja, que no ha retomado sus horarios de sueño y comidas hasta hoy, miércoles. En la boda lo pasamos muy bien: tuvimos suerte con los compañeros de mesa durante la comida, estuvimos con mi familia y al final hasta nos marcamos unos bailes. Hacía tanto que no salíamos que durante un buen rato nos sentimos las reinas de la pista (a pesar de que la música no era en absoluto nuestro estilo; )
La que no sé si disfrutó tanto fue M. La cosa empezó torcida porque en el vuelo de ida tuvimos más de 4 horas de retraso. Y a partir de ahí los horarios de la peque sufrieron un colapso total. Supongo que hay críos más flexibles pero para ella es importante mantener una cierta regularidad, de lo contrario se descoloca bastante. Durmió poco y durante la boda apenas pudimos dejarla jugar en el suelo, que es lo que ahora pide constantemente. No sé si hubiera sido mejor haberla dejado con alguien y haber ido nosotras solas.
Por otra parte se lo pasó en grande con su prima, un año mayor que ella, a la que adora y admira. Se dejó mimar por la abuela. Acabó con la tarta de su tío y llena de chocolate de arriba a abajo. Desplegó todo su repertorio de monerías con quien quisiera admirarlas. Vio la luna llena, redonda y enorme, encima del mar. Escuchó tantas veces que le decían la palabra «guapa» que ya la ha aprendido sin remedio. Probó por primera vez el jamón serrano y le encantó. Flipó con la variedad de tocados y sombreros que llevaban algunas invitadas. Tocó las palmas al ritmo de un coro rociero.
Etcétera, etcétera.
Así que, después de todo, supongo que ella también disfrutó lo suyo y se ha traído a casa un montón de buenas sensaciones.
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